No sé si es por el tiempo pasado (12 años), por los pequeños pero eficaces cambios realizados o por todo el vacío experimentalismo que hemos sufrido desde entonces, pero el caso es que anoche me gustó mucho más la producción de esta ópera que cuando se estrenó en 1999. José Luis Castro consigue trasladar a la escena el movimiento continuo de situaciones y personajes del libreto, sin aturrulamientos, apelotonamientos ni carreritas inútiles, sino con elegancia y buen saber de lo que funciona en escena. En este sentido, la supresión de la trampilla en el jardín en la escena final le aporta mayor coherencia a ese maravilloso momento. A destacar de manera especial la iluminación de Vinizio Cheli, capaz de juegos sutiles y de crear atmósferas pictóricas, como la gradación de luces en el cuarto de la condesa o la belleza cromática de la escena en el jardín. Me siguen sin convecer algunas soluciones escenográficas, como las altas ventanas del salón, pero en general es un gusto asistir a una producción realista y sin pretensiones conceptuales. Tras los dos conciertos sinfónicos previos dedicados monográficamente a Mozart, Pedro Halffter ha conseguido que la Sinfónica sevillana sonase realmente en estilo mozartiano: control de vibrato, articulación a base de arcos cortos, incisividad en el fraseo y la acentuación. Aligerando las cuerdas, Halffter consiguió darle a las maderas la relevancia que tienen en la partitura, a la vez que hacer más transparente el sonido. Los tiempos fueron vivos y ágiles. Menos brillantez hubo en el reparto vocal. Para mí la mejor de todas fue Jana Kurková como Cherubino, una voz sedosa y seductora que consiguió momentos de enorme carga sensual en sus dos intervenciones solistas. A continuación, sin duda, el maravilloso y genial Bartolo de Chausson, un cantante sin rival en estos personajes de bajo bufo. Yolanda Auyanet, habitual Susana, debutaba como la Condesa, un papel al que creo que le viene mejor una voz con más peso en el centro que el que posee la canaria. La voz es bella, con algo de más de vibrato, ligera y brillante; y, sobre todo, supo frasear con delicadeza, especialmente en "Dove sonno". Me decepcionó en vivo Olga Peretyatko: la voz es bellísima, pero muy corta de volumen y con una emisión (salvo en la zona superior) muy trasera, así que en los conjuntos apenas si se la escuchaba. Paul Armin Edelmann (hijo del famoso Otto) hizo un Conde rotundo, bien actuado: la voz no es gran cosa, pero se le escucha con agrado. Quien está muy, pero que muy verde, es Roberto Tagliavini, que más que italiano parece ruso por el engolamiento abrumador de su voz, siempre en el cogote. Y no me olvido del estupendo y divertido Basilio de Manuel de Diego. Para mí la coreografía del fandango y de la marcha, a cargo de Cristina Hoyos, ganó con la supresión de las castañuelas: así el momento es más refinado y menos cañí, al margen de que siempre desentonan unas estrepitosas castañuelas en un fandango marcado en la partitura de orquesta como piano. Edito porque con las prisas se me olvidaban un par de cosas: como Barbarina pudimos escuchar la muy bonita voz de Aurora Amores, aunque sea una pena que apenas se la escuche. Y un gran ¡bravo! para Inmaculada Águila y Rocío Botella, con más voz ambas que algunas protagonistas de la noche.
_________________ Io non sono che un critico (Jago en "Otello")
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