Tras el fiasco del
Don Giovanni del día 17, mi maratón operístico bávaro continuó con esta
Rusalka, donde las cosas volvieron a estar en su sitio. Por suerte. La Bayerische Staatsorchester tornó a su verdadero ser bajo otra batuta con la que funcionó mucho mejor, porque lo de Mozart había sido una verdadera pesadilla.
–La
dirección de orquesta fue responsabilidad del checo
Tomas Hanus, cercano al estilo y sonoridad requeridas para esta obra. Menos mal (hace falta aquí un emoticono con un suspiro de alivio…). La orquesta sonó con poderío, en ocasiones más del que hubiese sido deseable para el volumen de alguna de las voces, pero se agradeció el empaste y afinación. Mucho.
–
Kristine Opolais dio vida a la desgraciada protagonista, con un material vocal más bien justo, unos medios de lírica que en ocasiones resultaban escasos para pasar la poderosa orquesta que tenía debajo. La preciosa "Canción a la luna" me resultó algo desdibujada, pero lo cierto es que Opolais fue creciéndose a lo largo de la noche
–Me gustó el Príncipe del tenor polaco
Piotr Beczala, al que había visto en el
Faust de ABAO, donde me pareció algo frío. Aquí no aprecié esa frialdad, y sí su preciosa voz en un repertorio que le resulta mucho más cercano ¡Bravo!
–Estupendo
Alan Held en un terrorífico Espíritu de las Aguas, que es un verdadero tirano para Rusalka y las otras ninfas, imponente de voz y presencia. Y sin salir del capítulo de lo mágico, magnífica la Jezibaba de
Janina Baechle, en lo vocal y lo escénico.
–Floja, para mi gusto, la Princesa Extranjera de la búlgara
Nadia Krasteva, con unos graves desabridos.
–El resto del reparto acabó de completar un conjunto equilibrado.
La
dirección de escena estaba firmada por
Martin Kusej. Llena de aciertos, oponía el mundo subacuático de Rusalka, en un plano inferior, lleno de cañerías, agobiante y opresivo, un lugar en el que las ninfas acuáticas son maltratadas por el Espíritu de las Aguas, al mundo terreno, donde una enorme fotografía como fondo de la escena representa el paisaje con el bosque y la superficie del lago, y a la que se superponen varias cañerías y un lavabo
. Rusalka canta a la luna desde su prisión subacuática: una luna que es un globo luminoso con interruptor, y es muy lógico ¿qué luna a va a ver la pobre Rusalka, sumergida como está en las oscuras profundidades? A orillas del lago, sentada cómodamente en un sillón, Jezibaba se hace la manicura, oyendo impasible las quejas de Rusalka. El mundo cortesano se resuelve con un interior de paredes plateadas, una fiesta no exenta de cierta vulgaridad aún más acentuada por la vulgar seducción de la Princesa Extranjera al Príncipe. Rusalka se esfuerza por integrarse en lo terrenal, y el símbolo de esa transformación son unos zapatos de tacón alto, con los que apenas puede moverse, tropieza de manera angustiosa, cojea constantemente. Kusej dio de forma muy acertada con el carácter de la protagonista, un ser entre dos mundos, que ya no pertenece a ninguno de ellos, y que no encuentra salida hasta desembocar en el trágico final. Kristine Opolais cumplió en lo vocal y estuvo estupenda desde el punto de vista escénico.
El disfrute de la velada se completó con el momento fans –horror, estoy como Tunner
–, consiguiendo los autógrafos de Opolais y Beczala en la salida de artistas. Muy amables ambos, por cierto.