Concierto de clausura del curso de la Universidad de Sevilla. Programa: Obras de W. A. Mozart, G. Verdi, U. Giordano y G. Puccini. Soprano: Ainhoa Arteta. Barítono: Ángel Ódena. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Marco de Prosperis. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 7 de julio. Aforo: Lleno.

Imposible no recordar, tras la primera parte de esta gala lírica, un conocido relato de Manuel Vicent cuyo título tiene que ver con poner las manos sobre Mozart. Porque anoche se perpretó uno de los mayores atentados estilísticos que pueda recordar. Para empezar, Marco de Prosperis evidenció ser un simple batutero acompañante, sin mayor interés por meterse a fondo en la música que dirige. Si la obertura de Le nozze di Figaro fue plana y anodina, la de Don Giovanni fue pesante, lenta, deslabazada, sin un simple acento ni un mero sforzando para subrayar el dramatismo de los acordes iniciales. La orquesta, por otra parte, tampoco se metió en harina y se dejó ir de la mano de la inexistente dirección y así asomaron los desajustes en los ataques en la falta de empaste en las cuerdas, de sonido abierto y sin brillo.

No debe volver a enfrentarse a la música de Mozart Ainhoa Arteta mientras siga ignorando las mínimas normas del estilo y mientras siga creyendo que es igual cantar la Condesa, Elvira, Zerlina, Liù o Manon. Sus intervenciones mozartianas fueron como una caricatura: amaneradas hasta el ridículo, arrastrando las erres, abusando de los portamentos y de las notas de apoyo, ralentizando el tiempo y dejando escapar un vibrato fuera de lugar. Luego, en la segunda parte, en repertorio verista con el que está más familiarizado, la guipuzcoana estuvo más entonada, pero siempre desde esa sobreactuación y ese amaneramiento expresivo que la caracteriza, haciendo de dos arias "frívolas" como "In quelle trine morbide" y "O mio babino caro" dos exhibiciones de supuesto dramatismo trágico que no viene a cuento, con graves entubados y agudos tremolantes.

Menos mal que Ódena, en el mejor momento de voz de su carrera, salvó la noche. Tras las explicables dudas de su debut el pasado 24 de junio como Posa, ahora el barítono se ha hecho totalmente con el papel (como pude compriobar en la cuarta función de "Don Carlo") en un momento fantástico de voz, por volumen, timbre y control. Con las dos estupendas trompetas de la ROSS, su escena de la muerte de Rodrigo (ambientado, por cierto, en 1568 y no 1559 como se dice en las notas: en 1559 sólo transcurre el primer acto de la versión francesa) fue una lección de canto verdiano, de legato y de expresividad desde el control de la voz, abordando la repetición de "Io morrò" con la media voz de manera magistral. Luego, en "Nemico della patria" soltó un apabullante torrente de voz y un fraseo lleno de matices. De propina, la entrada de Escamillo actuada a la vez que cantada de manera soberbia.