Pasa con todo, pero con un concierto de Flott, es más evidente que quienes estábamos allí, sabíamos muy bien a lo que íbamos y por qué estábamos. Y no siempre se puede decir que las funciones se venden de esa manera. O sea: éxito total porque ayer estábamos allí sólo quienes queríamos disfrutar de Flott, sin más rollos. De su talento, gracia y estilo. Por ser quien fue y por ser quien es. Porque la queremos. Sus fans. El resto nadie lo discute y estoy de acuerdo con todo lo dicho: un tenor que no estaba a la altura, desde todos los puntos de vista, y una orquesta que no se sabía Offenbach. Ni siquiera el maestro Cambreling, y parece mentira, demostró saber muy bien de qué iba la cosa. Por fortuna allí estaba Flott para remediarlo. Porque la opereta no es un género, es una actitud, una manera de ser que ella volvió a desplegar ayer como una gran lección. ¿Que los años pasan y la voz te traiciona? Vale. Pero Offenbach también pide algo más que colocar la nota precisa en su sitio. Pide actuarla, pide que le des sus dobles y triples y enésimos sentidos, pide que quien la cante sintonice no sólo con la partitura sino con lo que significa, siempre tan transgresor y revoltoso, por no decir retorcido, divirtiéndose con ello y contagiando al público de su disfrute. En mi opinión ayer eso Flott lo consiguió, con creces y sin esfuerzo, naturalmente. Conmigo desde luego. Y vino a volver a decirnos lo evidente: cuidadito con la opereta, que es algo mucho más complejo de lo que parece, un juego nada inocente, dirigido a un público adulto, atento, avisado y con ganas de participar y revolver. No se puede decir lo mismo ni de muchas óperas ni de muchos cantantes de relumbrón que sólo pueden presumir de dar la nota, cuando la dan, y con esfuerzo, sin llegar a transmitir otra cosa que una nota bien dada. Sí que dan la nota, en el peor sentido de la expresión, porque a mí eso me parece poco y porque a mí me parece que ayer Flott nos dio mucho más. Y eso en un concierto y en circunstancias adversas. En estos últimos años he visto a Flott cantar, en preciosas producciones escenificadas, siempre con la inestimable complicidad de Pelly, "La Belle Hélène", "La Grande-Duchesse de Gérolstein" y "La voix humaine". Siempre magnífica, estupenda. En clave Poulenc, su dramatismo también es de quitarse el sombrero. Y en clave opereta, ayer no cabía otra respuesta que el aplauso incondicional. Muchas gracias, dame. Un encendido bravo de mi parte.
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