Discrepo del todo, pero es que
Capriccio me encanta. Una ópera sobre la creación operística, una exquisita metaópera llena de interrogantes y posibles lecturas. Un ejercicio de sensibilidad musical y literaria con un fantástico libreto.
Eso sí, el punto más flojo de la función fue
Russell Braun como Olivier. Estuvo mucho mejor el apasionado Flamand de
Joseph Kaiser. Lo mejor de la noche,
Sarah Connolly, fabulosa Clairon, y el maravilloso La Roche de
Peter Rose –qué momentazo su monólogo, epitafio incluido–, que ya nos había dado un espectacular Barón Ochs en el magnífico
Rosenkavalier de la pasada temporada del Liceu. Muy graciosos los cantantes italianos de
Barry Banks y
Olga Makarina; mucho mejor cantante él que ella, por otra parte (la Makarina es un clon de María Jiménez, obsérvese
). Un acierto el Conde de
Erik Mortensen (no sé si cito correctamente el nombre de este cantante), así como la intervención del apuntador Monsieur Taupe. Fue antológica la escena del mayordomo y los criados, y muy bien cantada además.
Doña
Renée Fleming, en su tónica: quiere resultar seductora y no es más que cursi, muy
american princess, pero también es cierto que fue a más durante la función, con dos momentos sobresalientes: el soneto acompañado de arpa, y la maravillosa escena final.
Los bailarines no estuvieron mal, pero un poco pasados de comicidad, que no venía del todo a cuento.
A pesar del realismo minucioso de los lujos del Met, la producción me gustó. Había detalles estupendos en la dirección de actores (nada de barullo entrando y saliendo), y el decorado dieciochesco introducía ciertos elementos decorativos de la década de 1930 muy bien traídos. Algo menos me gustaron los vestidos de Doña Fleming, y no me pareció desacertado en absoluto el llamativo traje de Clairon, tan criticado aquí (ese conjunto de vestido y abrigo tan
déco, tan de rabiosa moda en el momento al que se ha trasladado la acción, se aviene bien con el carácter del personaje, actriz adorada por su público y preocupada por su imagen).
Disfruté locamente de una ópera tan refinada, en la que el público presente en el Met se rió y aplaudió a destiempo todo lo que quiso
Adoro
Capriccio, siempre en el fondo de las discusiones sobre si en la ópera debe primar el canto ó las palabras. Y de esa discusión bizantina este foro sabe un rato.