Llegué hace un rato de un estupendo fin de semana operístico en la ROH: última función de
Adriana Lecouvreur (día 10) y estreno de
Tannhäuser (día 11). Dos obras muy diferentes, con las que disfruté sin restricciones.
Con Mark Elder en el foso, David McVicar daba su visión de la historia de Adrienne Lecouvreur, actriz estrella de la
Comédie Française en el XVIII. Charles Edwards firmó una puesta en escena realista, agradable de ver, con detalles interesantes.
–Tras la espantada de Angelita Draculette, fue
Ángeles Blancas quien se hizo cargo del resto de funciones. Vaya por delante que no es, ni mucho menos, de mis cantantes preferidas. Su Amelia Grimaldi del
Boccanegra que cerró la pasada temporada en Oviedo era más bien Electra en pleno desmelene. Aunque me temía lo peor, no cargó las tintas como Adriana. Vocalmente no me gustó demasiado. Tuve la impresión de que cantaba "para adentro", como si ella misma estuviera convencida de que en este caso era poco fino soltar toda la trompetería. No me convenció su precioso monólogo de entrada, que pasó algo desapercibido. Con todo, Ángeles Blancas fue creciéndose y logró que el personaje fuese del todo creíble, pero más convincente en lo escénico que en lo vocal. Como dijo la gran Kabaivanska,
Lecouvreur es la ópera en que la protagonista es triplemente diva; tal saturación de divismo hacía temer la sobreactuación de Ángeles Blancas, pero no fue así. Por suerte.
–Ya decía Bayista que
Jonas Kaufmann le resultaba un cantante "raro". Por mi parte, la decepción fue abismal. Este señor es uno de los mayores camelos que circulan por los escenarios de hoy. En directo, la voz es rarísima. Pero es que además es incapaz de apianar. Es cierto que su maravilloso papel tiene frases muy difíciles, que han de comenzarse en un agudo en piano, cuando la frase anterior ha concluido en una nota grave. Como no puede, o no sabe apianar, esos agudos inhumanos eran directamente falsetes, desafinados y cercanos al gallo. Muchas frases estuvieron feamente terminadas, cortadas a cuchillo… La voz sonaba mejor en los pasajes en el registro central y yendo hacia el grave. Hasta sonaba bien. A pesar de todo ello, hay que señalar que Kaufmann estuvo muy bien escénicamente, y al final fue premiado por el público con una ovación y no pocos bravos.
–Estupenda
Olga Borodina como la celosa Princesa de Bouillon. Estupenda de verdad
, en un papel maravilloso donde pudo lucir todas sus cualidades.
–Me gustó mucho
Alessandro Corbelli como Michonnet, al que dio un matiz sincero y melancólico que el personaje tiene, en vez de caer en lo caricaturesco, como por desgracia se hace a veces.
-El resto del reparto completó muy bien el desarrollo de la historia, con los actores y actrices de la Comédie Française, el Príncipe de Bouillon, y el Abate de Chazeuil. Me gustó menos el
ballet, que no encontré bien resuelto del todo, además de que el bailarín que hacía de Paris comenzó con un
tour en l'air verdaderamente torpe
–La
orquesta estuvo correcta en líneas generales, con la cuerda bastante mejor que el viento, donde hubo desajustes muy notorios.
–La
producción me gustó, aunque sin excesos. La idea de trasladar la ficción teatral a todos los momentos de la acción –incluido el equívoco a oscuras con la Princesa de Bouillon–, con dos niveles en escena, donde siempre había un escenario alzado, ya visto por detrás ó desde el punto de vista de los espectadores, no es ninguna novedad. No terminó de convencerme el "camerino–tenderete" de Adriana en el Acto I ¿la estrella de la Comédie Française iba a cambiarse de ropa en una especie de camerino provisional, hecho con cuatro cuerdas y unas telas?. Y tampoco la resolución del Acto IV y del final, cuando el resto de los actores visitan a Adriana enferma: no vive en su casa, sino tras el escenario de la propia Comédie. Que la protagonista viviese por y para el teatro quizás no debería haberse interpretado en un sentido tan literal.
–El
vestuario de Brigitte Reiffenstuel es magnífico, cuidadísimo en todos los detalles. Los suntuosos trajes de la Princesa de Bouillon son una maravilla, y es un acierto el precioso traje de amazona de Adriana en el Acto II. Ángeles Blancas estaba favorecidísima con él.
–También hay que destacar el trabajo de
iluminación de Adam Silverman, responsable de las bellísimas luces que pudimos ver en
Turn of Screw hace poco en el Real.
Con sus más y sus menos, con sus altibajos, una velada maravillosa en la que me hinché de llorar como hace tiempo que no me ocurría. La partitura de Cilea es espléndida, llena de frases bellísimas y con una orquestación impresionante. Una mezcla muy equilibrada entre lo italiano y lo francés, que Puccini no terminó de lograr en
Manon Lescaut. Siempre me ha parecido conmovedor el personaje de Adriana, con esa mezcla entre la diva majestuosa de las tablas y la mujer frágil que es.
Un soffio é la mia voce… y el misterio del arte volvió a tomar forma a través del drama de aquella que es instrumento del genio creador,
l'umile ancella. Era mi segunda
Lecouvreur en teatro. La primera fue nada menos que con Raina Kabaivanska. Una gran señora del canto, una diva haciendo de diva. No es posible pedir más.