Función del 22.10.24
Tenía mucho interés en escuchar a Petrenko fuera de su ámbito habitual de los Berliner. Hace muchos años, en la primavera del el 2010 concretamente, fuimos unos cuantos amigos a Lyon a ver una trilogía thaikovskiana de óperas - Oneguin, Mazeppa y Pikovaya- que dirigía él, y salimos fuertemente impresionados por aquel director que entonces no era ni mucho menos conocido, y al que decidimos en aquel momento que valía la pena seguir su carrera. Así pues, la función de anoche es la primera a la que asisto fuera de su orquesta habitual.
Debo decir que a pesar de su perfeccionismo y de que su prestación me pareció magnífica, lo encontré quizás algo “retenido” en bastantes momentos los 2 primeros actos. Sea porque el montaje de éstos era bastante poco inspirador — me refiero especialmente a la dirección de actores — o porque decidió ir aumentando la tensión a lo largo de la ópera, no fue hasta el tercer acto donde apareció el Petrenko al que estoy acostumbrado: desatado, dirigiendo con esos movimientos nerviosos del cuerpo que sube y baja, su gesto entre tímido y explosivo, pasaba de los intrincados ritmos del preludio, tocados con acrobática precisión y una variación agógica exquisita e impactante, al bellísimo sonido en sordina de los valses vieneses, acelerando o ralentando a capricho, para seguir con los sutilísimos “rubatí” que acompañan la escena entre Ochs y Mariandel, con de nuevo la orquesta “fuera de escena” sonando en la distancia. Una auténtica exhibición que disfruté prácticamente sin respirar.
El famoso trio — donde a mi modo de ver Stoyanova estuvo fantástica— delineó con una delicadeza y una transparencia modélica esos arabescos que entrelazan voces y orquesta, de modo que casi podías concentrarte en cada una de las lineas musicales sino fuera porque música tan bella tienes que escucharla por fuerza en su conjunto.
La orquesta de La Scala responde a todos los requerimientos del maestro, y , aunque no son los Berliner, tienen una cuerda de una flexibilidad y dulzura que añade una pátina más de nostalgia a las magníficas melodías straussianas.
El montaje es bonito sin más, con unas proyecciones muy espectaculares de Viena y sus palacios, en blanco y negro en los dos primeros actos, y en el tercero, el más acertado a mi modo de ver, unas hermosas vistas del Prater coloristas y luminosas. En el primer acto especialmente, yo no vi amor, ni pasión entre la Mariscala y Octavian por ninguna parte. Cuando entra Ochs, Mariandel tiene cien ocasiones de escaparse y te preguntas que por qué no lo hace; se queda allí quieta sin que el Barón la moleste durante mucho tiempo, y ni él ni la Mariscala, apoyada en la puerta, o en el respaldo de una silla, o de pie tiesa como un palo, le dan ningún motivo para que siga allí plantada. Hay momentos muy buenos, como la escena final, donde, después de todo su parlamento, de espaldas al público y en una especie de contraluz, la Mariscala contempla una perspectiva de los árboles (parece el parque de Schönbrunn) en una bella imagen otoñal, deshojados y grises. Sugerente.
Me sorprendió muy positivamente Stoyanova, ya que consigue a su edad mantener el control de la emisión sin demasiados problemas (la bajada al registro grave era a veces un poco artificiosa) , pero coronó su última frase del primer acto con un “silberne Rose”, ayudada por el lentísimo tempo de Petrenko, ejecutado con un diminuendo/aumentando muy homogéneo y ciertamente notable. Otro gran momento fue la belleza con la que cantó la frase “Hab’ mir’s gelobt” que comienza el trio y toda su intervención en el mismo, la voz prácticamente sin aristas y muy bien proyectada. En su famoso monólogo, Petrenko hacía unos silencios muy prolongados entre frases; a mi me pareció más filosófico que melancólico y no acabó de convencerme, aunque después, cuando habla del fluir del tiempo, verdaderamente parecía que de la orquesta fluía un reloj compuesto de tresillos y arpegios controlados más que por la batuta, por el movimiento de cabeza y los ojos del director. Mágico.
Me gustó más bien poco Kate Lindsey, para empezar, con un timbre excesivamente claro, inadecuado para Octavian, y no siempre bien proyectado. Como actriz, yo no me cerí casi en ningún momento su prestación, pazguata y condescendiente con el Barón y poco convincente en su pasión por la Mariscala, y tampoco demasiado por Sophie, aunque de nuevo en el tercer acto aprovechó más el papel. Quizás es el concepto del director de escena. Cantó, a pesar de todo, con mucha corrección su parte.
Ideal Sabine Devieilhe en Sophie, hizo prodigiosas smorzature con su voz jilgueril, e interpretó el papel bastante bien escénicamente. Muy poética y en maravillosa concordancia con la música. la escena en la que , en el tercer acto, por fin se quedan solos ella y Octavian, que , como dos niños que acaban de recibir un regalo muy superior a sus expectativas, abrumados de felicidad, se ponen a jugar al aquí te pillo entre los árboles del Prater.
Escénicamente, fue Groissböck con gran diferencia el mejor de todos; a pesar de ciertos tics un poco repetitivos, tiene el papel muy interiorizado y se lo conoce del derecho y del revés. Hace un Barón más juvenil, incluso sexy en algunos momentos, aristócrata pillo y caradura, no sin cierto encanto, y haciendo muy creíble tanto su descarada rudeza inicial como la retirada a tiempo que se produce cuando se da cuenta de todo el pastel . Muy convincente, aunque algo menos en lo vocal: canta estupendamente, pero los graves no son lo bastante sonoros, especialmente en ese final del segundo acto. Cierto que su entrega actoral tiene que haberlo dejado sin aliento, como ha apuntado tucker.
Siempre he pensado que el cantante italiano tiene que tener una voz intrínsecamente bella; lo pide la linea de canto, lo pide la espléndida melodía inventada por Strauss, lo pide la escena, que en contraste a tanta algarabía, se congela en un momento balsámico, de verdadera belleza, que detiene casi la acción. No es el caso de Piero Pretti, que a pesar de todo cantó las notas, aunque sin grandes matices y con un ligero descoloque al llegar al agudo de “baleno”.
Muy bien todos los comprimarios, aunque Tanja Ariane Baumgartner no aprovechó del todo ese breve pero maravilloso momento que tiene en su pequeña conversación y lectura de la carta al Barón. Estupendo de nuevo Gerhard Siegel, al que hace poco escuché un magnífico Herodes en Salome.
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