Prácticamente obligada la cita (lleno absoluto en el Kursaal) con la versión en concierto de Mendi-Mendiyan, la ópera en euskera de José María Usandizaga, fortísimamente arraigada en San Sebastián (donde la romanza de Joshe Mari y el Ave Maria de la romería integran la identidad y el imaginario colectivo de la ciudad), y que en el centenario de la muerte del compositor, la Quincena Musical no podía menos que programar.
Decía Ros-Marbà a la prensa que la partitura merece una mucho mayor difusión y conocimiento. Es cierto: la rica inventiva melódica de Usandizaga supera las limitaciones de un libreto concebido como una pastoral muy maniquea y localista. Pero también es cierto que, en ese sentido, la obra no alcanza la belleza exuberante de La Llama, y sobre todo, que una divulgación más amplia de la obra ha de pasar forzosamente por ejecuciones de mayor calidad que la ofrecida en la Quincena, donde apenas se rebasó una generosa medianía.
Antoni Ros-Marbà es un admirable profesional que cuida y mima la música que hace, y su esmero en favor de la partitura resultó muy patente. Pero la Orquesta Sinfónica de Euskadi, que tiene muy buenos atriles en la cuerda (encargada de las continuas reexposiciones del tema de Joshe Mari, fundamental de la obra) y el viento madera (precioso el momento de flautas en el tercer acto), aunque quizá no tanto en el viento metal, si bien rebosó profesionalidad, no teminó de "hacerse" con la obra, equilibrarla y buscarle un sentido colectivo. Es posible que la edición ad hoc de la partitura para este concierto (así fue anunciado), con la primicia que ello implica, tuviera que ver con todo ello.
El tremendo papel de Andrea, que abre la ópera despertándose abruptamente de una pesadilla y la cierra con un largo epílogo a la memoria de su amado, exhibió todas las virtudes, pero también todos los problemas, de Arantza Ezenarro. El centro es bonito, el legato es de calidad, y aunque la presencia de la orquesta en el mismo escenario no la beneficiaba, el material es significativo. Hizo frases muy hermosas, aunque teatralmente bastante inertes, en los momentos más reposados de su papel: sus solos y sus escenas con Txiki y con su abuelo. Pero en los momentos de mayor tensión dramática (y mayor orquestación) su canto se disipaba, y sobre todo, el agudo se le descontrola de afinación con gran frecuencia. Así, el retrato que ofreció de la pastora protagonista fue bastante incompleto.
Miguel Borrallo se redimió, en un acto tercero bien cantado y fogoso (y donde dio los únicos momentos de cierta teatralidad de la noche) de una primera parte olvidable, donde la voz no terminaba de estar, se nasalizaba y generaba sonidos muy ingratos. La romanza de Joshe Mari en el acto II resultó completamente anónima (con algún ataque rozando el infortunio) y eso, si en cualquier lugar es una pena, en San Sebastián es un pecado. (No puedo dejar de citar el inmarcesible recuerdo de la electrizante versión de esta pieza que Plácido Domingo dio en la misma ciudad, hace exactamente 25 años).
Muy correcta Olatz Saitua, quizá con el menor instrumento y la mejor proyección de todo el reparto, y apropiadas las voces graves, donde merece destacar la buenísima labor de José Manuel Díaz como Juan Cruz, el cual se defendió muy bien de una tesitura llena de trampas. Le faltó, eso sí, diferenciar tan bien como la mayoría de sus compañeros los sonidos |z|, |s|, |x|, |tz|, |ts| y |tx|, que en euskera son seis fonemas distintos.
En un momento en el que todos los coros aficionados del país, con contadísimas excepciones, andan justitos de efectivos, sobre todo masculinos, el Coro Mixto Easo (sic) se reproduce por esporas. Al principio yo pensé que era como un auzolan (que pegaba mucho con la obra), tipo ir donde los colegas en plan "¿Sabes decir Korrika bide txigorretatik erromerira etorri gera? ¿Te vienes a hacer una ópera?", pero no. Son esporas. Porque tanto tanto tanto es imposible. ¿Cien personas, CIEN (yo conté 98, pero yo soy de letras), para hacer (y no muy allá) la romería de Mendi-Mendiyan? ¿En serio? Además, quitando algún agudo mejorable, las (52) mujeres cumplieron con su melodía, pero en el conocidísimo (y comprometidísimo) Ave Maria, Ros-Marbà, supongo que en socorro de unos tenores in palese difficoltà, que diría Elvio, escogió un tempo absurdamente frenético (la introducción del órgano parecía un estudio de Czerny) y un estilo miniaturista y abstracto que eliminaba toda la imponente religiosidad de la pieza a cambio de un preciosismo historicista, a mi modo de ver, muy inapropiado. Y desde luego, totalmente incongruente con el empleo de cuarenta y seis hombres para hacerlo.
En suma, un Mendi-Mendiyan sin una protagonista completa, sin romanza de Joshe Mari y sin Ave María. Había que ir, y fuimos. Y la obra, desde luego, merece ser mucho más escuchada. Pero también mejor hecha.
_________________ Die Wahrheit ist bei mir, Mandryka.
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